La hiperdimensionalidad del capulí.
Estuardo Maldonado: noventa años de arte y ancestralidad
Nada es casual para Estuardo Maldonado. Para él, todo es una manifestación coordenada por la energía universal en donde el hombre, ubicado en el medio, en un punto de equilibrio, siempre ha de estar listo para intuir los designios de su entorno existencial.
«¿Dónde está el Estuardo?» preguntó el profesor.
Era el día de inspección académica cuando se mostraban los progresos de los alumnos en el campo.
Una parcela se encontraba descuidada. Yerma a los ojos de los demás. Era la de Estuardo Maldonado niño —anárquico en las tareas públicas de agro y sementera— que no había arado el terreno como sí lo habían hecho sus compañeros. Ni siquiera lo había tocado con la punta del rastrillo. De hecho, apenas lo había barbechado en primera instancia, en minga, y luego poco o casi nada en el proceso de cuidado. Pero sí lo había observado, estudiado y labrado a su modo. Y es que, durante esos momentos de labor, días antes de la inspección, el niño de diez años solía disiparse del trabajo con la tierra física y se dedicaba a bocetar la tierra multidimensional. Me lo contó el propio Estuardo.
Todos sus compañeros de clase sabían cuál era su lugar. Y ese no lo ocupaba en la chacra de la escuela elemental Arturo Noroña, en Píntag. Estuardo Maldonado dibujaba su oficio de artista en el cuaderno de lecciones y lo hacía, metódico y en silencio, sentado en su pupitre de aula. El maestro trabajaba su chacra ideal.
Recuerda el castigo de esa jornada. Los compañeros lo delataron, y el profesor, irritado por haber quedado expuesto ante los ojos del inspector, lo sorprendió dentro del aula con sus dibujos sobre la tabla inclinada de su pupitre. Perfilando y pintando. Corrigiendo líneas y contornos. Describiendo las entidades presentes que brotaban de su intuición intelectual.
Estuardo Maldonado lo rememora como un día de sol y de lluvia, un día iniciático en su oficio de artista.
El castigo: no ser parte de las felicitaciones, la celebración con sándwiches y refrescos de colores, y menos la aprobación de clase: una cuenta pendiente para el próximo nivel de entendimiento con el mundo.
El profesor lo apartó hacia la sementera y le obligó a que trabajara lo que quedaba de la tarde cavando en su parcela solo y aislado del resto de los agasajados y de la magna celebración en la escuela de su infancia.
«A lo largo, Estuardo…, ¡no a lo ancho!», recuerda que le instruyó con voz marcial dictando una orden invariable antes de dejarlo solo en el campo.
A lo largo con el rastrillo para remover y luego con el pico y la pala hasta cavar una zanja rectangular de un metro de profundidad.
Él lo hizo a lo ancho. Por rabia y por estética.
Trazó una malla estructural sobre la tierra. La misma malla de los hipercubos que ensamblaría sesenta años después. Esa misma malla que ya tramaba en la dimensionalidad de su cuaderno el estructuralismo innato del Estuardo Maldonado creador.
La lluvia apareció en ese día y con ello más estética en el piso: la del material. El barro natural de equinoccio. Y de pronto ocurrió el fenómeno como semilla de su futuro esteticismo.
Vio el módulo de la /s/ en una pieza de cerámica. Un resto de un tiesto ancestral, quizás. El segmento de una greca; una decoración partida por el tiempo. Ese motivo lo grabó en su memoria y lo replicó durante toda su carrera profesional. Había logrado su primera y mayor cosecha en la tierra en que nació.
Hace ochenta años lo afrontó en oposición con ese pedazo de cerámica y desde entonces lo guardó en el interior de su espíritu. Guardó el conocimiento sensible de lo ancestral a través de una forma ubicua en su conciencia hasta llegar al dominio necesario y a su saber absoluto. Lo intuyó desde entonces y lo atesoró como su verdad eidética: la percepción de su esencia natural. Y con ello, lo que de ahí en adelante debía hacer en su vida; y, sin planificarlo, lo que ya ha hecho por su nación.
Ya son noventa años los que ha cumplido hace pocos días. El primero de octubre; el que debería ser, por derecho filosófico y hecho indiscutible, el día del dimensionalismo en Ecuador. Cuando esto ocurra haremos la peregrinación de los artistas y cultores de lo atávico hacia el árbol de inox-color de la Amazonas y Patria para tomar su sombra refulgente del continuum cromático equinoccial.
A los dieciséis años Estuardo Maldonado se asienta en Guayaquil al amparo de su hermano mayor Ruperto e ingresa a estudiar en la escuela de Bellas Artes de la ciudad. Alumno del alemán Hans Michaelson (artista judío exiliado en Ecuador) y compañero, entre otros, de Enrique Tábara, Anita von Buchwald y Luis Miranda.
En la década de los cincuenta, Estuardo Maldonado cumple su beca de estudio en Italia donde vivió por más de cuarenta años y haciendo de Roma su taller de oficio artístico. El muchacho atávico de Píntag devendría en el cosmopolita de Europa; y su arte, la impronta del nacionalismo ecuatoriano más auténtico sin posturas ni sellos chovinistas en su contemporaneidad, pues esa impronta para Maldonado siempre ha sido ubicua.
Estuardo Maldonado se empapa de academia occidental, pero rezuma por la piel las esencias ancestrales de su nación en una conmixtión estética que lo define como un autor original en el orbe de vanguardias.
Desde su temprana formación en Guayaquil reconoce en Valdivia la cosmovisión esencial de Latinoamérica y se involucra en profundidad con el amplio acervo precolombino originado en su patria.
Entonces comprende que su camino artístico no puede ser sino el que habría transitado el ser humano prehispánico. Y lo reproduce imbuyéndose en un tiempo semejante. Transita ese camino en un espacio y tiempo paralelos experimentando la energía ancestral a través de la intuición.
Estuardo Maldonado intenta captar la esencia energética de lo ancestral para revertirla en pensamiento y luego en forma. Y son por eso necesarias las vanguardias en las que se involucra con el perfil bordeando en la academia y con el alma inmersa de cosmovisión indoamericana.
Figurativo en sus inicios, despliega su capacidad innata de dibujante y modelador de formas regidas por la referencia del realismo.
Cuenta que se inició como escultor porque la mayoría de sus compañeros de academia se habían decantado por el dibujo y la pintura; aunque, y en paralelo, también desarrolla de una manera extracurricular la malla de estudios de pintura: un dato esencial que evidencia su compromiso con el arte y la prolífica producción plástica que lo distingue desde aquel entonces.
Hombre cuidadoso en sus métodos de estudio y profesión ha conservado una cantidad importante de obras tempranas: un material histórico imprescindible para enriquecer la línea de tiempo del arte ecuatoriano. Dibujos en diversos materiales y formatos (los que disponía en el momento: cuadernos de ilustración, hojas sueltas, segmentos de pliegos recortados) y una serie de esculturas en arcilla y yeso que las conserva como auténticos tesoros de iniciación.
Su capacidad de figuración alcanza un realismo muy testimonial. Compone un discurso costumbrista retratando escenas de campo en sierra y costa; labores domésticas, labores cotidianas de la gente del pueblo: estibadores de puerto, lavanderas de río, pescadores de mar, gente de campo; y en cuadros coloquiales que prefiguran temáticas de abstracción resueltas con metáforas figurativas: la ensoñación, la siesta, la última borrachera con el guaro del costeño o las puntas del serrano, el beso alegórico; y las caricias de mestizos, indios, negros, cholos.
Ese estilo de dibujo signado con la esencia regional se torna académico con el rigor del estudio anatómico que lo perfecciona en Europa. Son muestras de ese talento técnico la serie de desnudos que realiza en base a modelos; y, sobre todo, los autorretratos en los que se define profundo y grave a la vez. Un joven que demuestra la seriedad de su oficio y, de una manera acuciosa, el registro de su ser a través de un recorte incisivo en el tiempo.
El cubismo es la primera vanguardia en la que fluye con su retórica esencial latinoamericana. Es ejemplo de esto un dibujo del cerro Rumiñahui que lo resuelve con el principio de eliminación de perspectiva propio de la tendencia, y lo reviste del expresionismo indigenista con el trazo gestual de un rostro compartido por el miedo y el dolor. Miedo de piedra, dolor de piedra, corazón de piedra.
En Italia se adentra a fondo en el mundo del futurismo y toma de ese movimiento los postulados de avance tecnológico concebidos como el motor de impulso de la sociedad moderna de la primera mitad del siglo veinte. Se involucra de lleno con esa academia en su sentido estético mas no en los axiomas radicales de Marinetti que ya resultan anacrónicos para el tiempo de Maldonado.
Ese espacio confluyente de futurismo y futuristas lo comparte con connotados cultores del movimiento con los que entabla relaciones fundadas en el respeto estético, y muchas de ellas con un mayor vínculo de amistad. Conoce a Fortunato Depero, Enrico Prampolini, Giacomo Balla, Carlo Carrá, Gino Severini, entre otros, y produce una obra original con los lineamientos dinámicos de esa vanguardia.
El futurismo para Estuardo Maldonado es principal en cuanto a la capacidad de capturar el movimiento en formatos de soporte estático que devienen en sustratos de verdadera dinámica en proyección. Domina la técnica de la cronofotografía aplicada al dibujo, por la cual, mediante una representación pictográfica, logra capturar una porción de desplazamiento ya sea mecánico, humano o animal. Además, desarrolla múltiples composiciones vorticistas en las que concibe un punto central de condensación energética de donde surge la dinámica del movimiento. Esas técnicas lo vinculan con procesos de abstracción mayores en los que las vanguardias neoplasticistas, con sus manifiestos de acción, se convierten en paradigmas plásticos para la representación de la energía universal: modelo de interés puntual de Estuardo Maldonado a lo largo de toda su carrera artística.
Todas esas exploraciones llevadas con el rigor del estudioso que siempre ha sido configuran el progreso de estudiante en la academia italiana.
Una vez graduado de esa, y ya con el trabajo de pintor y escultor listo para la subsistencia (y persistencia plástica), se adentra en los movimientos de vanguardia que le son contemporáneos. Arte óptico y cinético, informalismo, minimalismo, e incluso el Arte povera muy característico de la Italia de posguerra.
En este momento de carrera comienza una relación directa y muy comprometida con los artistas latinoamericanos connotados en el mundo. De ahí sus amistades con Lam, Soto, Cruz Diez, Shinki, Botero, Szyszlo, entre tantos más, con los que mantiene contacto y correspondencia. Entre ellos realizan exposiciones conjuntas y coinciden en diversas bienales internacionales.
Más de cien obras que reúnen a estos autores Estuardo Maldonado dona durante la década del setenta y del ochenta a la nación ecuatoriana a través de su Estado. Obras que bien valdría la pena exponer junto a las del donador para hacer una sincronía del arte contemporáneo de esos tiempos y así poder notar, en ese recorte de momentos, la vigencia de esos discursos estéticos en nuestra actualidad.
Maldonado, en las décadas del sesenta y setenta viaja con su arte y su atavismo precolombino por todo el mundo. Su trabajo es una propuesta de contemporaneidad que rompe los esquemas indigenistas que retratan a la América original con el velo del costumbrismo artesanal.
En la abstracción más depurada de Maldonado, en el geometrismo más austero, subyace la ortogonalidad precolombina: la fórmula escalonada de representar el mundo bajo el concepto de la dimensionalidad: tal como la chacana que se desdobla de una manera escalonada para registrar lo fractal de la naturaleza; tal como la chacruna y la ayahuasca que permiten desdoblar la mente y la sumergen en un estado de alucinación multidimensional.
El arte de Maldonado, a partir de esos giros de experimentación estética, explora la modularidad del segmento geométrico y la materialidad del que será su suporte emblemático: el acero inoxidable.
Me comenta que por esos tiempos alguien lo llamó a su estudio en Roma. Un representante de una empresa siderúrgica de Italia. «Que si tenía el interés de trabajar con el acero inoxidable». Un contacto que no lo atribuye a la casualidad sino a la intuición como todo lo que marca su destino.
«Busquemos a uno de esos geni en el arte», había sido la consigna de la mesa directiva de esa empresa siderúrgica según se lo confesó tiempo después una amiga de la industria. Los empresarios pensaban que solo uno de esos genios podía hacer algo más que colorear con tonos planos las placas de acero inoxidable. Escogieron al autor más audaz en los usos materiales y en las técnicas compositivas de aquel entonces.
Estuardo Maldonado acepta el desafío y se involucra en los procesos de coloración al natural del acero inoxidable. Se inmiscuye de lleno en un estudio de ingeniería química proporcionado por la Nickel International, una empresa metalúrgica inglesa que tenía en Italia varias plantas de producción, y lo revierte en resultados estéticos impresionantes.
A través de procesos electroquímicos complejos es posible, por el método de inmersión del material en soluciones especiales, conseguir el color desde el mismo acero, sin pátinas cromáticas untadas sobre él, sino intrínsecas que brotan del propio metal: el espectro cromático del acero inoxidable.
El «inox-color» aparecía protagónico en el panorama del arte mundial.
Maldonado experimenta con la técnica y propone variaciones ligadas con su oficio de artista. Sumerge las placas de acero inoxidable, que él mismo las recorta con un sentido modular, en grandes piscinas de revelado que contienen los químicos en las proporciones sugeridas. Las somete luego a largos procesos de baño maría reservando segmentos delineados con sus motivos compositivos para conseguir diversos tonos y matices en el material. En muchas de esas placas emplea técnicas de bruñido y lijado con diversas herramientas para lograr texturas y reflejos únicos en sus diseños. El resultado: el arte en acero inox-color que abre las puertas del dimensionalismo distintivo de Estuardo Maldonado.
En las refulgencias espaciales que el inox-color provoca en los ambientes de exposición, Estuardo Maldonado percibe las cuerdas multidimensionales que atestiguan la diversidad de espacios que subyacen por sobre el umbral de percepción del ser humano. Entonces surge un tipo de suprarrealidad como camino de traslado de su bagaje compositivo. Una filosofía en vida que se confirma en la materialidad férrea del metal inoxidable. Esa materialidad, Maldonado la torna noble y la convierte en el sustrato ideal para diagramar la hiperdimensionalidad más allá de nuestra realidad objetiva: una suprarrealidad proyectada en un formato de tres dimensiones.
Y es que , así como podemos proyectar un cubo con sentido tridimensional a partir de un cuadrado en un formato plano tal como la cara de una hoja de papel —tarea de escuela, inducción cartesiana de estudiantes de primaria—, Estuardo Maldonado intuye la posibilidad de proyectar un hipercubo a partir de un cubo tridimensional en el formato cartesiano de nuestro espacio. Y sí. Lo logra creando un cubo de metal contenido como núcleo de composición y que entonces proyecta con varillas diagonales desde sus aristas hacia otro y hacia otro y cuantos más sean necesarios que se deriven de ese principal. Y así ha configurado el hiperobjeto por excelencia.
Simple. Simpleza de procesos, intuición de espíritu, perseverancia en la observación de lo que reside más allá de lo obvio y lo elemental.
Estuardo Maldonado ha creado un hipercubo a los setenta años. El dimensionalismo —ismo de cuño icónico del autor— tiene su objeto proyectado que lo confirma como real (¿hiperreal?) en el pensamiento humano.
Y es esa misma suprarrealidad la que exploraron y experimentaron Valdivia y muchas de las culturas precolombinas en todo el continente a través de sus aliados de poder. Al igual que Maldonado lo logró con el simple sentimiento de intuir que allende la tierra subyace la semilla universal, quizás, esperando en una chacra paralela o en un asteroide, o en una estrella en algún mundo distante o análogo.
Hace un año me llamó al teléfono y me pidió que escribiera un libro en el que analizara sus obras desde una visión semiótica.
«No me interesa la literatura que escriben de mí, la que más habla de los mismos que escriben y que me ponen por los cielos —me comentó—. Aún estoy en la tierra y quiero que hablen de mi obra». Ese libro ya está listo y editado por la Casa de la Cultura Ecuatoriana: El signo de Estuardo Maldonado. Lo ponemos a consideración y juicio de todos los lectores.
Estuardo Maldonado a sus noventa años aún produce arte. Cada día se levanta en este mundo para dar un testimonio de aliento creativo a la nación ecuatoriana. Desde la terraza de su vivienda observa el centro histórico de Quito y más allá, hacia los puntos refractantes que se intercomunican con su espíritu.
En el patio erosionado de la casa del maestro, de un verde orgánico e infrarreal, crio un capulí.
Entre la rejilla y el canal de un sifón, oculto al costado de uno de los espejos incásicos que yace en el suelo (una composición temática del autor), alguna corriente atrajo la semilla a través de la dimensión de Maldonado. La planta sigue creciendo al cuidado del maestro y ya ha replicado capulíes en la hiperdimensionalidad humana de Estuardo Maldonado.
Y es que la naturaleza siempre lo ha premiado. Él ha consagrado su vida al arte y su trabajo lo ha dedicado a los artistas jóvenes, a los creadores actuales y a los ancestros de la nación ecuatoriana de los cuales el maestro es un renuevo más tal cual un fruto de esa rama genésica. Un fruto iridiscente del capulí equinoccial.